miércoles, 14 de diciembre de 2011

El mejor profesor...

El profesor al que recuerdo con más cariño, es el que fue más exigente conmigo en mi época escolar. Victoriano se llamaba. Profesor de la vieja escuela.

Tuvimos muchos "enganches" durante ese curso de 8º de EGB. Era un profesor peculiar. Cuando no le atendíamos pegaba una patada al borrador y lo mandaba al techo, o nos tiraba el borrador al pupitre desde el otro lado de la clase para llenarnos de tiza... (tenía una puntería envidiable).

Recuerdo que cuando me llamaba a la pizarra, yo me levantaba parsimoniosamente, lento, como con desgana... y a él le hervía la sangre. Literalmente. Se ponía rojo grana.

Solía llamarnos "trozos de carne con ojos", porque estábamos ahí sentados en nuestras sillas, sin hacer nada, sin atenderle en clase...

Tenía unas metodologías revolucionarias: nos hizo diseccionar un ojo de buey (de verdad), nos llevó a clase un corazón de vaca, (para "experimentar" los ventrículos y las aurículas del corazón), unos pulmones también de vaca...

Y conmigo era muy exigente. Por eso lo recuerdo con cariño. Aunque tuvimos muchos "enganches" ese curso.

Cuando he comentado esta experiencia escolar, varias veces me han confirmado que el mejor profesor fue el que más exigente fue con uno.

Saludos,
Raúl.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Lenguaje no verbal "internacional"

En uno de mis trabajos anteriores, ejercía como coordinador de relaciones internacionales. Lo cual, entre otras cosas, me permitía viajar por toda Europa, ya que participaba en varios proyectos europeos.

Uno de esos proyectos, me llevó a Atenas a impartir un curso de comunicación interpersonal a agentes de viajes rumanos. Al acabar la jornada formativa, le pregunté a la responsable del grupo de agentes rumanos, qué le había parecido el curso. Su extraña respuesta fue "el curso ha estado muy bien, pero para otra vez no te metas las manos en los bolsillos". Creo que la cara que puse evidenció mi sorpresa, así que continuó: "...en Rumanía hablar en público con las manos en los bolsillos es una falta de educación".

Curiosidades internacionales del lenguaje no verbal.

Saludos,
Raúl.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Las reuniones: puntualidad.

Hace un par de semanas impartí a la dirección de una empresa, una formación para la mejora de las reuniones. En esa formación recordé cómo se gestionaba la puntualidad en las reuniones, en una de las empresas en las que he trabajado.

Es evidente que la puntualidad hay que cumplirla tanto al iniciar una reunión, como al finalizarla. Pues bien, en esa empresa, siempre se seguían las mismas reglas sobre puntualidad, tanto al empezar como al terminar.

El inicio de una reunión siempre era a la misma hora: 20 minutos más tarde de lo que se había convocado.

La finalización de la reunión también se conocía con antelación: independientemente de la hora que apareciera en el orden del día, siempre terminaba a las 14 horas. Porque era la hora de irse a comer.

Si es que gestionar la puntualidad en las reuniones tampoco es tan difícil...

Saludos,
Raúl.

lunes, 14 de noviembre de 2011

La importancia del lenguaje no verbal

En mi segundo trabajo, recuerdo que la etiqueta marcaba ir con americana y corbata, y así era como me encaminaba al trabajo todos los días en el autobús urbano.

Uno de esos días, volvía en autobús a casa, cuando subieron en una de las paradas una madre y su hijo. Éste debía tener aproximadamente unos 12 años y tres meses, más o menos (nunca he sido bueno calculando edades). Ambos se sentaron justamente en los asientos que estaban delante de mí. Nada más sentarse, el niño se dio la vuelta, agarró fuertemente la parte superior del respaldo con ambas manos, y se quedó mirándome fijamente durante un buen rato. Yo me limitaba a sonreír, pero al cabo de varios minutos me empecé a sentir un tanto violento (es increíble lo que un niño de 12 años puede llegar a imponer...), y dije sonriendo algo como: "hola chavalín".

Inmediatamente se le pusieron al niño los ojos como platos durante un instante, y seguidamente susurró:
- Usted es un señor importante, ¿verdad?

He de admitir, que me satisfizo notablemente que por fin alguien, con sólo mirarme, pudiera reconocer la valía que había dentro de mí. Además, recordé que los niños siempre dicen la verdad. Queriendo regocijarme en mi satisfacción, le interrogué con una modestia ciertamente falsa:
- Pero... ¿Por qué dices eso?

Y el niño, levantando lentamente la mano, y alargando el dedo índice, me señaló y dijo:
- Porque lleva corbata.

Saludos,
Raúl.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Cómo aprendí a trabajar en equipo.

Aprendí a trabajar en equipo en el colegio, probablemente como la mayoría de las personas. Yo lo hice exactamente a los 10 años de vida.

Recuerdo que un día la profesora nos anunció que íbamos a realizar un "trabajo en equipo". Se trataba de hacer un mural sobre el ciclo del agua (¿quién no ha hecho un mural sobre el ciclo del agua siendo estudiante?).

Yo no sabía qué era trabajar en equipo, pero gracias a aquella experiencia, aprendí algo que no se me olvidará jamás en la vida. En resumidas cuentas, aprendí que trabajar en equipo era ir cuatro amigos a casa de otro, merendar por el morro, que trabajaran dos, y que nos pusieran la nota a los cinco.

Más tarde descubrí que algunas personas trabajan en equipo de una forma similar, pero no en el colegio, sino en la empresa.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

La asertividad.

Andaba yo por los 11 años de edad cuando me sucedió lo siguente:

Solía pasar las tardes pedaleando sobre mi bicicleta de carreras Orbea. Una bicicleta pequeña, apropiada a mi edad, y a la que yo tenía un cariño enorme. En una de esas tardes, en la que la había sacado para dar unas vueltas por la plaza que estaba debajo de mi casa, un amigo, aprovechando que me encontraba descansando de tanto pedalear, me la pidió. A pesar del cariño que tenía a mi bicicleta verde de carreras, en esa ocasión fui generoso y se la dejé.

Los siguientes 5 minutos observé desde la distancia cómo mi amigo disfrutaba pedaleando sobre mi bici, tanto o más que yo. Hasta que en un breve descuido, momento de distracción o pérdida de control, no sabría decir exactamente el qué, se estampó contra el escalón que permitía la entrada a uno de los bares que había en la plaza. Afortunadamente a mi amigo no le pasó nada, sólo unos rasguños sin mayores consecuencias. Pero mi pobre bicicleta... oh! mi pobre bicicleta! a mi pequeña bici de carreras, de la fuerza del impacto contra el bordillo, se le había reventado la cámara de la rueda delantera.

Muy triste dije a mi amigo que tenía que comprarme una cámara nueva, a lo que mi amigo se negó repetidamente, y cansado de mi insistencia se marchó a refugiarse a su casa. Muy apesadumbrado guardé la maltrecha bicicleta en el trastero, mientras cavilaba qué podía hacer en una situación como aquella. Después de pensar durante largo rato, decidí hablar con los padres de mi amigo, ya que él no atendía a razones. Así que después de informarme de cuál era el piso y la letra donde vivía, me encaminé a su portal, subí hasta su casa y llamé a su puerta. Me abrió su madre. Sinceramente, no recuerdo qué dije, pero sí recuerdo que le expuse la situación lo mejor posible y de forma argumentada, y recuerdo también que si, su hijo se negó a mi petición, su madre se lavó las manos como Pilatos, aunque insistí varias veces en la responsabilidad de su hijo, y mi derecho a ser compensado por la pérdida.

Volviendo a mi casa, ya no me sentía ni triste ni apesadumbrado, sino enfadado y frustrado. Me había quedado sin bici para esa tarde, y una señora me había dado con la puerta de su casa en las narices.

Fue así como aprendí que la asertividad puede aumentar la probabilidad de conseguir que las personas te entiendan, y que es la mejor forma para decir lo que quieres decir defendiendo tus derechos y respetando los derechos de los demás. Pero lo que la asertividad no te garantiza, es que las personas hagan lo tú quieres que hagan, aunque sea de justicia.

Saludos,
Raúl.

domingo, 30 de octubre de 2011

La serpiente y la rana.

La verdad es que ésta no es una anécdota que me haya ocurrido, sino que es una historia que contó una participante en uno de los cursos de motivación que imparto. Estábamos hablando de la importancia de saber qué conductas estamos motivando, consciente o inconscientemente en las personas que nos rodean.

En esas estábamos cuando Nuria contó la historia de la serpiente y la rana. Más o menos es como sigue.

Un hombre estaba paseando por la orilla de un río, cuando vió una serpiente que tenía apresada en la boca una pobre rana. El hombre apiadándose de la ranita, con un palo se la quitó de la boca. La serpiente trató de atacarle, y el hombre, al verse en peligro, le tiró para entretenerla, lo que tenía más a mano en ese momento: su petaca llena de bourbon. Después, salió corriendo.

Al día siguiente, paseando el mismo hombre, por la orilla del mismo río, salió a su encuentro la misma serpiente, pero esta vez no tenía en la boca una rana, sino dos.


Saludos,
Raúl.
P.D: gracias Nuria por la historia.

martes, 25 de octubre de 2011

¿Cuál es el problema?

Recuerdo uno de los primeros casos que tuve cuando trabajaba en la Psicología Clínica, hace de esto ya muchos años...

En la primera entrevista, los padres de la criatura (un chaval de unos 16 años) me contaron escandalizados que su hijo les había robado doscientas mil pesetas (al cambio unos 1.200 euros, más o menos), pero a mí lo que me sorprendió fue el por qué y el para qué del robo.

El propio chico me explicó el asunto en la primera entrevista que tuve con él. Resulta que uno de los hobbies de sus amigos era jugar a juegos de ordenador. Se intercambiaban los juegos y los comentaban de forma entusiasta durante el recreo y en otros momentos. Él no podía unirse a las conversaciones porque no podía jugar, el ordenador que su familia tenía era demasiado antiguo como para soportar los requerimientos de los juegos de sus amigos. Así que se le ocurrió la idea de pedir un ordenador a sus padres, a lo cual sus padres se negaron, porque no querían que su hijo malgastara el tiempo jugado al ordenador.

Por lo que elaboró un plan inteligente: compraría un ordenador nuevo, última generación, vaciaría la torre del antiguo ordenador y metería el nuevo en la torre del antiguo. Brillante. Sus padres no se darían cuenta, ya que no dominaban el mundo informático, y externamente el ordenador sería el mismo. Dicho y hecho. Lo malo es que fue descubierto, y todo por un pequeño detalle del que no se percató en un principio. Sus padres se dieron cuenta de que les faltaban doscientas mil pesetas (al cambio unos 1.200 euros).

Recuerdo que enfoqué el asunto desde la perspectiva de "solución de problemas". Él definía el problema centrándolo en la imposibilidad de jugar a los juegos de ordenador que jugaban sus amigos. Viendo que de esa forma, pocas posibilidades teníamos para solucionarlo, amplié el problema y lo definimos desde la perspectiva de qué hacer con nuestro tiempo libre. Gracias a este nuevo enfoque, me contó, por ejemplo, que antes jugaba al baloncesto, y que le seguía gustando, pero que lo había dejado. Hicimos una lista de posibles actividades para realizar cuando tuviera algo de tiempo libre, y empezó a ampliar sus hobbies. El "mono" de jugar al ordenador lo quitamos yendo a casa de los amigos a jugar con ellos.

Siempre me acuerdo de este caso cuando imparto cursos de "Resolución de Problemas", sigo pensando que una buena definición del problema es un 80% de la solución a éste. Y ampliar el problema, es una buena estrategia cuando tenemos pocas soluciones, o las que tenemos no son posibles.

Saludos,
Raúl.

jueves, 20 de octubre de 2011

La idea de mejora.

Estaba estudiando tercero de Psicología, cuando decidí que era un buen momento para ponerme a trabajar. En mi mente había dos objetivos fundamentales: ganarme un dinero para mis cosas, y llenar algo las horas del día, (ya que estudiaba en la UNED y no tenía que ir a clase).

Así que comencé a trabajar en un supermercado. Desempeñaba dos puestos con un solo salario: cajero y reponedor. Era todo un ejemplo de polivalencia. Un día se anunció una campaña de recogida de ideas de mejora, colocaron una urna en las oficinas, y el jefe nos alentó a todos los que trabajábamos en la tienda a participar en aquella recogida de ideas. Nos animó efusivamente a tener iniciativa y a ser creativos. Yo era joven e inexperto, así que me lo tomé muy en serio.

Todos los días estaba muy atento a todo lo que me rodeaba, prestando atención con los ojos bien abiertos, y con las orejas orientadas a todo lo que ocurria a mi alrededor. Y por fin, un día, casi sin darme cuenta, ocurrió aquello que estaba esperando. El resorte que impulsó mi creatividad.

Observé que en ocasiones, las personas que pasaban por caja, descubrían que algunos artículos que habían adquirido pensando que estaban en oferta, ya no lo estaban. La realidad era que lo habían estado, precisamente justo hasta el día anterior. Y a raíz de este hecho, surgió mi idea. Simple pero hermosa (como todas las ideas simples y hermosas). Y que cambiaría el negocio de la distribución, como nunca antes nada lo había hecho, o eso pensé yo...

Inmediatamente fui a hablar con la segunda persona al mando: María José. Y le expuse mi idea. Se trataba de lo siguiente: el último día de la oferta se colocaría un pequeño cartel, al lado de la etiqueta de la oferta, en el que se pudiera leer algo como: "Último día de la oferta". Ese cartel se retiraría al finalizar el día. De esa forma, se conseguía lo siguiente:
  • Minimizar el número de personas que equivocadamente compraban el producto al día siguiente de terminar la oferta pensando que aún lo estaba.
  • Motivar la compra de esos productos el último día de oferta.
  • Minimizar el número de quejas y reducir el malestar de los clientes que tenían que descambiar el producto o llevárselo a un precio mayor del que esperaban.
  • Etc.

Recuerdo que María José me miró de arriba a abajo muy lentamente, después arqueó la ceja derecha, clavó su mirada en mis ojos y me dijo, como con desgana sabioncilla: "Pero Raúl... las ideas que se te ocurran, que sean para trabajar menos, no para hacernos trabajar más, colocando cartelitos que después tengamos que quitar".

He de reconocer que nunca más volví a plantear una idea de mejora en ese trabajo. Y aún sigo pensando que la idea que tuve, era una gran idea.

Saludos,
Raúl.