Tuvimos muchos "enganches" durante ese curso de 8º de EGB. Era un profesor peculiar. Cuando no le atendíamos pegaba una patada al borrador y lo mandaba al techo, o nos tiraba el borrador al pupitre desde el otro lado de la clase para llenarnos de tiza... (tenía una puntería envidiable).
Recuerdo que cuando me llamaba a la pizarra, yo me levantaba parsimoniosamente, lento, como con desgana... y a él le hervía la sangre. Literalmente. Se ponía rojo grana.
Solía llamarnos "trozos de carne con ojos", porque estábamos ahí sentados en nuestras sillas, sin hacer nada, sin atenderle en clase...
Tenía unas metodologías revolucionarias: nos hizo diseccionar un ojo de buey (de verdad), nos llevó a clase un corazón de vaca, (para "experimentar" los ventrículos y las aurículas del corazón), unos pulmones también de vaca...
Y conmigo era muy exigente. Por eso lo recuerdo con cariño. Aunque tuvimos muchos "enganches" ese curso.
Cuando he comentado esta experiencia escolar, varias veces me han confirmado que el mejor profesor fue el que más exigente fue con uno.
Saludos,
Raúl.
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