domingo, 18 de marzo de 2012

En el mundo hay gente buena I

Los que me conocen saben perfectamente que mi concepto sobre el ser humano no es especialmente bueno. Creo firmemente que las personas somos puñeteras por naturaleza. Y ejemplos los hay a montones.

Pero hoy empezaré una serie de anécdotas que me han sucedido, que demuestran que existen personas que hacen el bien sin esperar nada a cambio. Y yo, en varias ocasiones, me he beneficiado de ello. Éstas son experiencias que por nada del mundo me gustaría olvidar jamás.

Esta primera anécdota transcurre en un tren que sale de Frankfurt (Alemania).

En un trabajo anterior fui el coordinador de relaciones internacionales de una empresa del sector educativo universitario. Lo que me llevó a realizar varios viajes por Europa. El primero de ellos fue a Austria, más concretamente a Kitzbuhel, en los Alpes austriacos, precioso lugar.

Mi plan de viaje era salir de Valladolid en el autobús de las 2:45 de la madrugada hacia Madrid, sobre las 7 de la mañana volar hacia Frankfurt, ver Frankfurt unas horas y después coger un tren hacia Kitzbuhel, donde llegaría por la noche.

En Frankfurt estaba tan cansado de la paliza del día, que decidí coger el primer tren que saliera para Kitzbuhel, mi urgencia me llevó a coger un billete que me obligaba a realizar tres transbordos para llegar a mi destino.

Ya en el tren me di cuenta de mi equivocación, todas las estaciones alemanas me parecía que se llamaban igual, y no tenía ni idea de dónde me tenía que bajar para coger el siguen tren. Después de unos 20 minutos de viaje, pasó el revisor, y hablé con él, pero no fui capaz siquiera de que me entendiera cuando le dije dónde iba. (La razón era que yo pronunciaba "Kitzbuhel" convirtiendo la "h" en "j" "kitzbujel", pero su pronunciación era más bien "kitzbul").

Me sentía solo, abandonado y terriblemente cansado (tanto que creo que no era del todo consciente de lo desesperada de mi situación). El revisor se acababa de marchar después de mis infructuosos intentos de explicar a dónde me dirigía, cuando dos filas de asientos más allá, se levantó lentamente un hombre mayor, que se acercó y me dijo con un marcado y extraño acento: "¿español?". Inmediatamente se me iluminó la cara.

El hombre iba con su mujer a Kitzbuhel, tenían que hacer el mismo recorrido que yo, así que fuimos juntos todo el viaje (que, evidentemente, era mucho más complicado de lo que yo había imaginado). Me contaron que hablaban un poco de español porque veraneaban todos los años en el sur de nuestro país (no recuerdo exactamente dónde), y que vivían en Suiza. Y que todos los años iban también por esas fechas (finales de enero) a esquiar a Kitzbuhel. Y la casualidad o el destino nos hizo coincidir ese día en ese tren. Y lo que pudo ser un viaje de ida a "quién sabe dónde" y con un retorno improbable, se convirtió en un agradable viaje conversando con una pareja entrañable de unos 70 años. Cuando nos separamos en nuestro destino les di las gracias unas tres mil veces, lo que me siguen pareciendo pocas...

Saludos,
Raúl.

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