domingo, 25 de noviembre de 2012

Las excepciones que se convierten en exigencias por los demás.

Recuerdo que en mi primer trabajo por cuenta ajena, mi jefe acostumbró a llamarme por teléfono al despacho todos los días a las 15:15. He de reconocer que algo de culpa de tan extraño hábito tuve yo.

Coincidió el desarrollo de su costumbre con una etapa de mucho trabajo para mí, por lo que me quedaba a comer en el despacho. Así que cada vez que me llamaba a las 15:15, yo estaba comiéndome uno de esos deliciosos sandwiches de máquina (lo de delicioso, como se puede presuponer es un decir), y cogía el teléfono. Si no me hubiera quedado a comer, nunca le hubiera cogido el teléfono a las 15:15.



Pero lo curioso sucedió cuando después de varias protestas estomacales producidas por los "deliciosos" sandwiches y los "estupendos" cafés de máquina, decidí un día irme a mi casa a comer. Al volver al despacho en el horario de tarde (que empezaba a las 16:00), mi jefe me llamó contrariado. La razón de su molestia era que me había llamado a las 15:15 y no estaba en el despacho. A lo que respondí que me había ido a comer a casa.

Moraleja: lo que para nosotros pueden ser excepciones en nuestra forma de actuar, si persistimos lo suficiente, lo que para nosotros seguirá siendo una excepción para otros será "normal". Y pasará a ser exigido como la manera adecuada de actuar.

Saludos,
Raúl.

domingo, 4 de noviembre de 2012

La primera vez que me robaron.

Rondaba yo los 13 años cuando me robaron por primera vez. Recuerdo que eran alrededor de las 8 de la tarde, era de noche ya que estábamos en pleno invierno, y salía del entrenamiento de balonmano que tenía después de las clases de la tarde.

Cruzando un jardín cercano a mi casa, me pararon tres chicos bastante más mayores que yo.
– ¿Qué llevas en la bolsa? –me preguntaron.
Les contesté que llevaba la ropa (ya que llevaba puesta la ropa de deporte), los zapatos, los libros de clase...
– Dánoslo todo –me dijeron. Traté de negarme, pero uno de ellos me agarró la bolsa y tiraba de ella, al final tras algunos forcejeos se la entregué.
– Y ahora danos también las zapatillas de deporte que llevas puestas.
Me quejé, pero como anteriormente no sirvió de nada, también se las di.

Ellos cogieron todo y desaparecieron en la oscuridad. Yo me quedé en un banco del parque, a oscuras, descalzo, llorando... No sabía qué hacer, no quería presentarme en casa así.

Al cabo de un varios minutos, no sé cuántos exactamente pero a mí me parecieron una eternidad, los chicos volvieron.
– ¿Qué haces aquí llorando? –me preguntó uno de ellos.
– Me habéis quitado todo y no me puedo ir así a casa...
– Toma –me dijo alargando el brazo y mostrándome la bolsa de deporte. Me devolvieron todo lo que me habían quitado y se fueron.

Yo me sequé las lágrimas, me puse los playeros, me eché la bolsa a la espalda y me fui a casa.



Hace unos días recordé esta situación por casualidad, y me decidí a escribirla. Me costó un gran esfuerzo, ya que es una situación dura, y revivirla no me resultó agradable, sinceramente. Pero además, cuando llegué a la parte donde suelo escribir lo que aprendo de cada anécdota que cuento... me quedé en blanco. Y me propuse como reto personal sacar algo bueno de esta situación, y hoy ya puedo terminar este post.

Pues bien, aunque fue una situación dura, creo que aprendí dos cosas:

  1. En el mundo hay personas malas. La mayoría de personas que conozco son "personas humanas", como me gusta llamarlas a pesar de que les extrañe, pero también existen "personas inhumanas", es evidente.
  2. La vida te puede cambiar de manera inesperada en un segundo. Y aunque el robo de una bolsa de deporte y unas zapatillas, puesto en perspectiva, no tengan mucha relevancia, me hacen pensar en las veces que sin esperarlo puede ocurrirte algo que te cambie la vida totalmente, tanto para bien como para mal. La conclusión es la misma: aprovéchala de manera coherente con tus valores, creencias e ideales.
Es cierto que en ocasiones resulta difícil sacar cosas positivas de situaciones desagradables y negativas, pero estoy convencido de que aprendemos de absolutamente todo lo que nos pasa en la vida, también de lo malo.

Saludos,
Raúl.