domingo, 30 de septiembre de 2012

Una gran lección sobre motivación.

Mi padre tenía un perro. Se llamaba Picasso. Era un pastor alemán. Picasso nos enseñó una gran lección sobre motivación, que explico a continuación:

Más o menos un mes después de "adoptar" a Picasso, mi padre al ver que el perro no le hacía ni caso cuando le daba órdenes, fue a pedir consejo al pastor del pueblo. El pastor le aconsejó: "Hazte con una vara de avellano de medio brazo de largo, y cada vez que no te haga caso, le das con ella".

Mi padre, no muy convencido, empezó a utilizar el "método del pastor" con Picasso. Y le resultó. Al cabo de no muchos días, Picasso le obedecía. Le decía: "ven", y Picasso iba. Le decía: "vete", y Picasso se marchaba.
Picasso
Picasso
Un día estando en casa de mi padre, le pregunté qué tal iba la educación de Picasso, y mi padre me confesó que había dejado de utilizar el "método del pastor". Al preguntarle porqué, mi padre me contestó: "Me obedecía porque me tenía miedo".

La motivación negativa (el comportamiento causado por tratar de evitar castigos o amenazas), es eficaz, pero tiene lamentables consecuencias, que inciden directamente en las emociones que se generan en aquellos que la sufren. Esas emociones negativas varían en cada persona, y abarcan desde la depresión, pasando por la angustia, hasta el odio y el rencor hacia la persona responsable de esos castigos o amenazas.

La motivación negativa es necesaria, pero tiene que estar equilibrada sabiamente con la motivación positiva (el comportamiento causado por la obtención de recompensas o premios). Y es tan tan difícil saber equilibrar ambas, que en numerosas ocasiones es preferible utilizar únicamente la motivación positiva.

Saludos,
Raúl.

domingo, 16 de septiembre de 2012

El penalti peor tirado de mi vida.

De jovencito jugaba al balonmano. Sí, lo sé, no es un deporte de grandes masas como el fútbol. Ni un deporte de pequeñas masas como el baloncesto. Simplemente es balonmano. Y me gusta.



Recuerdo un partido en el que terminamos el tiempo reglamentario empatados. Pero con la suerte de que en el último segundo, el árbitro pitó un penalti a nuestro favor. Yo era el encargado de tirar los penaltis del equipo, así que allí me dirigí: al punto de penalti.

He de reconocer que me temblaban las piernas, nunca me había puesto nervioso en un penalti. Pero ése era diferente. Lo tiré fatal. El penalti que peor he tirado de mi vida. Lo tiré sin pensar. Fuerte. Con los ojos cerrados porque no lo quería ni ver.

Metí el penalti y ganamos el partido. Yo me alegré, evidentemente. Pero tenía un sabor agridulce. Después me di cuenta de que nunca me había preparado para un penalti así, aunque había tirado muchos penaltis antes que ése.

Y es que la preparación es la clave del éxito, si no te preparas para lo que pueda venir, un día te pillará de improviso. Y entonces, quizá tengas suerte y metas el penalti. O quizás no.

Saludos,
Raúl.

domingo, 2 de septiembre de 2012

La humildad en los errores.

Cursaba 3º de EGB cuando tuve el primer encontronazo de mi vida con un profesor, aunque no el último. El origen del conflicto fue mi nombre, y duró 4 meses.

Me llamo Raúl. Con acento en la "u", para destruir el diptongo, como se decía cuando las normas ortográficas no habían sido descuartizadas por los mensajes de texto. Pues bien, mi profesora de 3º de EGB no estaba de acuerdo. Ella decía que no se acentuaba.

Mi visión de los profesores que lo sabían todo y de todo, se esfumó rápidamente. Y empezó la guerra: a partir de entonces empecé a poner mi nombre con acento en la "u", pero con bolígrafo rojo. Para que quedara claro mi postura.

Al cabo de unos 4 meses de batalla sangrienta (lo digo por el bolígrafo de tinta roja, no por otra cosa), la profesora me dijo que la esperara a la salida, después de clase. Pensaba íbamos a llegar a los puños por mi empecinamiento con el tema del acento. Pero no. Lo que me dijo fue que se había equivocado y que yo tenía razón.

Mi sensación no fue de triunfo, de haber vencido a la profesora. Sino de admiración. Y es que admitir los errores nunca es síntoma de debilidad, sino de fortaleza.

Saludos,
Raúl.