domingo, 27 de noviembre de 2011

Lenguaje no verbal "internacional"

En uno de mis trabajos anteriores, ejercía como coordinador de relaciones internacionales. Lo cual, entre otras cosas, me permitía viajar por toda Europa, ya que participaba en varios proyectos europeos.

Uno de esos proyectos, me llevó a Atenas a impartir un curso de comunicación interpersonal a agentes de viajes rumanos. Al acabar la jornada formativa, le pregunté a la responsable del grupo de agentes rumanos, qué le había parecido el curso. Su extraña respuesta fue "el curso ha estado muy bien, pero para otra vez no te metas las manos en los bolsillos". Creo que la cara que puse evidenció mi sorpresa, así que continuó: "...en Rumanía hablar en público con las manos en los bolsillos es una falta de educación".

Curiosidades internacionales del lenguaje no verbal.

Saludos,
Raúl.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Las reuniones: puntualidad.

Hace un par de semanas impartí a la dirección de una empresa, una formación para la mejora de las reuniones. En esa formación recordé cómo se gestionaba la puntualidad en las reuniones, en una de las empresas en las que he trabajado.

Es evidente que la puntualidad hay que cumplirla tanto al iniciar una reunión, como al finalizarla. Pues bien, en esa empresa, siempre se seguían las mismas reglas sobre puntualidad, tanto al empezar como al terminar.

El inicio de una reunión siempre era a la misma hora: 20 minutos más tarde de lo que se había convocado.

La finalización de la reunión también se conocía con antelación: independientemente de la hora que apareciera en el orden del día, siempre terminaba a las 14 horas. Porque era la hora de irse a comer.

Si es que gestionar la puntualidad en las reuniones tampoco es tan difícil...

Saludos,
Raúl.

lunes, 14 de noviembre de 2011

La importancia del lenguaje no verbal

En mi segundo trabajo, recuerdo que la etiqueta marcaba ir con americana y corbata, y así era como me encaminaba al trabajo todos los días en el autobús urbano.

Uno de esos días, volvía en autobús a casa, cuando subieron en una de las paradas una madre y su hijo. Éste debía tener aproximadamente unos 12 años y tres meses, más o menos (nunca he sido bueno calculando edades). Ambos se sentaron justamente en los asientos que estaban delante de mí. Nada más sentarse, el niño se dio la vuelta, agarró fuertemente la parte superior del respaldo con ambas manos, y se quedó mirándome fijamente durante un buen rato. Yo me limitaba a sonreír, pero al cabo de varios minutos me empecé a sentir un tanto violento (es increíble lo que un niño de 12 años puede llegar a imponer...), y dije sonriendo algo como: "hola chavalín".

Inmediatamente se le pusieron al niño los ojos como platos durante un instante, y seguidamente susurró:
- Usted es un señor importante, ¿verdad?

He de admitir, que me satisfizo notablemente que por fin alguien, con sólo mirarme, pudiera reconocer la valía que había dentro de mí. Además, recordé que los niños siempre dicen la verdad. Queriendo regocijarme en mi satisfacción, le interrogué con una modestia ciertamente falsa:
- Pero... ¿Por qué dices eso?

Y el niño, levantando lentamente la mano, y alargando el dedo índice, me señaló y dijo:
- Porque lleva corbata.

Saludos,
Raúl.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Cómo aprendí a trabajar en equipo.

Aprendí a trabajar en equipo en el colegio, probablemente como la mayoría de las personas. Yo lo hice exactamente a los 10 años de vida.

Recuerdo que un día la profesora nos anunció que íbamos a realizar un "trabajo en equipo". Se trataba de hacer un mural sobre el ciclo del agua (¿quién no ha hecho un mural sobre el ciclo del agua siendo estudiante?).

Yo no sabía qué era trabajar en equipo, pero gracias a aquella experiencia, aprendí algo que no se me olvidará jamás en la vida. En resumidas cuentas, aprendí que trabajar en equipo era ir cuatro amigos a casa de otro, merendar por el morro, que trabajaran dos, y que nos pusieran la nota a los cinco.

Más tarde descubrí que algunas personas trabajan en equipo de una forma similar, pero no en el colegio, sino en la empresa.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

La asertividad.

Andaba yo por los 11 años de edad cuando me sucedió lo siguente:

Solía pasar las tardes pedaleando sobre mi bicicleta de carreras Orbea. Una bicicleta pequeña, apropiada a mi edad, y a la que yo tenía un cariño enorme. En una de esas tardes, en la que la había sacado para dar unas vueltas por la plaza que estaba debajo de mi casa, un amigo, aprovechando que me encontraba descansando de tanto pedalear, me la pidió. A pesar del cariño que tenía a mi bicicleta verde de carreras, en esa ocasión fui generoso y se la dejé.

Los siguientes 5 minutos observé desde la distancia cómo mi amigo disfrutaba pedaleando sobre mi bici, tanto o más que yo. Hasta que en un breve descuido, momento de distracción o pérdida de control, no sabría decir exactamente el qué, se estampó contra el escalón que permitía la entrada a uno de los bares que había en la plaza. Afortunadamente a mi amigo no le pasó nada, sólo unos rasguños sin mayores consecuencias. Pero mi pobre bicicleta... oh! mi pobre bicicleta! a mi pequeña bici de carreras, de la fuerza del impacto contra el bordillo, se le había reventado la cámara de la rueda delantera.

Muy triste dije a mi amigo que tenía que comprarme una cámara nueva, a lo que mi amigo se negó repetidamente, y cansado de mi insistencia se marchó a refugiarse a su casa. Muy apesadumbrado guardé la maltrecha bicicleta en el trastero, mientras cavilaba qué podía hacer en una situación como aquella. Después de pensar durante largo rato, decidí hablar con los padres de mi amigo, ya que él no atendía a razones. Así que después de informarme de cuál era el piso y la letra donde vivía, me encaminé a su portal, subí hasta su casa y llamé a su puerta. Me abrió su madre. Sinceramente, no recuerdo qué dije, pero sí recuerdo que le expuse la situación lo mejor posible y de forma argumentada, y recuerdo también que si, su hijo se negó a mi petición, su madre se lavó las manos como Pilatos, aunque insistí varias veces en la responsabilidad de su hijo, y mi derecho a ser compensado por la pérdida.

Volviendo a mi casa, ya no me sentía ni triste ni apesadumbrado, sino enfadado y frustrado. Me había quedado sin bici para esa tarde, y una señora me había dado con la puerta de su casa en las narices.

Fue así como aprendí que la asertividad puede aumentar la probabilidad de conseguir que las personas te entiendan, y que es la mejor forma para decir lo que quieres decir defendiendo tus derechos y respetando los derechos de los demás. Pero lo que la asertividad no te garantiza, es que las personas hagan lo tú quieres que hagan, aunque sea de justicia.

Saludos,
Raúl.